La falta de liquidez es uno de los principales problemas que sufren las empresas hoy en día. En muchas ocasiones, esta carencia se debe a la morosidad, a retrasos en los cobros por parte de los clientes, e incluso a su insolvencia, que viene arrastrándose desde los peores años de la crisis económica.
Un dato que ilustra este problema es que durante los 10 primeros meses del año la cifra de procesos concursales derivados de una situación de insolvencia empresarial se incrementó en casi un 2% hasta alcanzar los 3.749. Por eso no es de extrañar que muchas empresas, sobre todo pymes, mantengan su preocupación por el cobro de sus créditos comerciales.
Qué es el factoring
El factoring nació paliar esa incertidumbre. Se trata de una herramienta de financiación muy útil para todas las empresas que necesitan liquidez inmediata y prefieren pagar una comisión para evitar sorpresas a la hora de cobrar los créditos comerciales que tienen pendientes.
Hay tres protagonistas en el factoring: por un lado está la empresa que genera el crédito comercial y contrata el servicio de factoring. En segundo lugar está su cliente, que es quien le adeuda ese crédito comercial, y por último la entidad financiera, encargada de efectuar la operación.
En un servicio convencional de factoring nuestra empresa cede a la entidad financiera, de manera total o parcial, los créditos comerciales a corto plazo a sus clientes, es decir, las facturas que le quedan por ingresar. A cambio de esa cesión, la entidad nos adelanta los importes de esas facturas de manera automática y nos descuenta un porcentaje en concepto de intereses y comisiones. El resultado es que nuestra empresa tiene garantizado el ingreso inmediato de las facturas que le adeudan, mientras que la entidad financiera se encarga de su cobro a cambio de una comisión.
Pero la obtención de liquidez inmediata no es la única ventaja. Esta herramienta mejora el control de las facturas contabilizadas y permite a las empresas despojarse del riesgo de insolvencia, en el caso del factoring sin recurso. De esta forma, si nuestro cliente no tiene fondos para pagar por el servicio que le hemos prestado, es la entidad financiera la que asume ese impago y quien lo gestiona.
Además, mejora el circulante de nuestra empresa porque permite eliminar del balance las partidas de clientes factorizados.
El factoring nos ayuda a dedicarnos a lo nuestro sin preocuparnos por gestionar el cobro de las facturas pendientes ni de saber si disponemos de liquidez suficiente para continuar creciendo.
Tipos de factoring
Pero no todas las situaciones son iguales ni todas las empresas tienen las mismas necesidades. Y para eso existen dos tipos de factoring:
- Factoring sin recurso. Esta fórmula libera a las empresas de cualquier responsabilidad en la gestión del cobro pendiente. De esta manera, si el deudor no puede hacer frente a las facturas emitidas y aprobadas en la operación de factoring, es la entidad financiera la que asume las pérdidas y la que tiene que poner en marcha los trámites necesarios para intentar recuperar el dinero. En resumen, es la entidad la que asume el riesgo de insolvencia por parte del deudor.
- Factoring con recurso. En este caso, la entidad se encarga de adelantar el importe de las facturas y de gestionar su cobro a los deudores. Sin embargo, en caso de impago, la financiera no se hace cargo de la deuda, sino que es el propio cliente quien debe asumirla.
¿A quiénes va dirigida esta herramienta?
El factoring está especialmente indicado para empresas que pertenecen al sector privado y que cobran mediante cheques y transferencias. Además, libera de riesgo a las empresas cuyos ingresos dependen de un número limitado de clientes. Y, por último, ayuda a que las empresas mejoren los ratios de su balance, de liquidez, solvencia y tesorería.
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